Hace unos días tuve el enorme placer de almorzar con Hervé J. Fabre, un hacedor de vinos que ya ha dejado todo un legado en la viticultura argentina a través de sus creaciones, algunas de ellas etiquetas que se han vuelto tradicionales y que recurrentemente encontramos en las mesas de todos los argentinos.

por Diego Horacio Carnio

Nuestro encuentro con Hervé comenzó puntual, con algunas entradas salidas de la cocina de El Mirasol de la Recova y un brillante y aromático Terruño Reserva Chardonnay en la copa, un bello blanco elaborado al estilo de la Borgogna. Fue en el inicio del almuerzo donde conversamos con Hervé sobre sus inicios en el mundo del vino, allá en la lejana Burdeos, donde la historia familiar lo bendijo con la profesión heredada de marchand de vin. Nuestro protagonista recuerda aquellas épocas con felicidad y nostalgia, como tiempos en los que todos sus sueños y utopías miraban hacia el futuro con confianza.

A principios de la década del ’90, Hervé abandona el Viejo Mundo en busca de sus propios anhelos. Esa búsqueda lo llevó primero a Chile, pero al mirar la Cordillera de los Andes algo le indicaba que del otro lado habitaban las realidades que durante tantos años había soñado. No se quedó con la duda y en 1993 Hervé Fabre cruzó los Andes en el sentido inverso al de la gesta sanmartiniana y recaló en Mendoza, donde en materia de vinos estaba todo por hacer.

Fue en tierras mendocinas donde Hervé descubre el Malbec, una cepa de origen francés algo olvidada en las grandes ligas vitivinícolas. Él, pionero y visionario como pocos, se percató muy pronto del potencial que esas uvas tenían en conjunción con el terruño que Mendoza ofrecía. Nuevamente no lo dudó y decidió establecerse en la zona, adquirir antiguos viñedos y construir su propio Chateau. En la zona, algunos pobladores de Luján de Cuyo comenzaron a hablar de ese “francés loco” sin entender muy bien lo que Hervé perseguía. Poco después y gracias a su idea, nacería la primera bodega boutique argentina con el objetivo de producir un Malbec de alta gama que pudiera ganar prestigio y posicionar esa cepa a nivel mundial.

Hervé nos contaba su historia a medida que el almuerzo avanzaba. Las carnes asadas habían llegado a los platos y el estupendo Fabre Montmayou Gran Reserva Malbec 2021 había inundado de placer las copas, con esa potencia que su larga crianza en barricas de roble francés le otorgó, sin por ello perder su carácter integrado con la fruta, resultando un excepcional vino sin aristas, bien redondo.

El ímpetu innovador de Hervé J. Fabre no se limitó a la provincia de Mendoza, sino que incluso dentro de Argentina sus sueños lo llevaron a atravesar fronteras. Así fue como llegó al Alto Valle del Río Negro, en la Patagonia, donde también creó una bodega en tiempos donde todo estaba por crearse, ya que la infraestructura relacionada con la producción de vinos era casi inexistente. En esa hermosa región salió a la luz Bodega Infinitus, que tuvo también el honor de ser la primera bodega boutique patagónica y que produce uno de los mejores Merlot nacionales.

Distinguido como el “Mejor Winemaker” de vinos tintos del año en el marco de la 35ª Edición del prestigioso International Wine Challenge (IWC), donde además obtuvo cuatro medallas de oro, Hervé no se conformó con ser el alma máter de bodegas insignia en Luján de Cuyo y en Río Negro, sino que concibió y llevó a la realidad un nuevo proyecto, Bodega Domaine Viñalba, en la estratégica y valorada zona de Gualtallary, en el Valle de Uco mendocino.

Mientras Hervé continuaba contándonos su historia, en la mesa de El Mirasol de la Recova un ojo de bife y una entraña sustituían la tira de asado y el cuadril, a la vez que que el mozo vertía en nuestra tercera copa el inconfundible Fabre Montmayou Grand Vin. No muchos saben que esta etiqueta fue el primer vino argentino premiado con el “Oscar” de los vinos, en el Concurso de Bourg – Blaye, en Burdeos.

Ya en los tiempos de los postres, Julio Stathakis, gerente comercial e histórico representante del grupo Fabre, nos anticipó una muy esperada noticia: en 2025 volverá a haber un espumoso dentro del portfolio de la bodega. Hervé remarcó que la discontinuidad en sus burbujas se debe a que para él un espumoso solo es imaginable con cosechas de extraordinaria calidad de las uvas Chardonnay y Pinot Noir que utiliza para lograrlo, prefiriendo un memorable producto de vez en cuando que uno regular todos los años.

En estos años Hervé J. Fabre ha sabido armar y coordinar un talentoso equipo de trabajo que ha hecho crecer a la bodega en diversos aspectos, pero siempre recuerda que fue su esposa Diane la gran compañera en esta aventura, su musa y mano derecha durante tantos años, la que ha hecho posible que lo que él imaginaba de joven, hoy pueda compartirse con el mundo a través de botellas de vino.

Antes del final de la velada, hubo tiempo para preguntarle a Hervé por la identidad y el paradero del segundo y ya famoso apellido que aparece en la etiqueta de sus vinos: Montmayou. Por ahora sólo diremos que hace honor a quien fuera su socio y que aún sigue siendo su gran amigo. Pero esa… esa es una historia para otra crónica.

Se agradece la estupenda organización del evento a Sebastián Villar y su equipo de BlueCom.