La capital española se abre entera ante los ojos de quienes la visitan, con su historia, sus calles y habitantes fusionados en un cocktail de propuestas que enamora en cada paso y convierte a Madrid en una ciudad mágicamente amigable e inolvidable.

por Diego Horacio Carnio

El avión tocó pista en el Aeropuerto de Barajas bien temprano y sin hacerle caso al jetlag nos metimos de lleno en la hermosa tarea de conocer Madrid. Un bus por 10 euros nos trasladó de la terminal aérea hasta la Fuente de la Cibeles y de allí, arrastrando los carry on, emprendimos la caminata hasta nuestro primer hotel madrileño, ubicado frente a la Plaza Pedro Zerolo del bonito barrio de Chueca. Sobre el Hostal Vázquez de Mella Gran Vía debo decir que es básico, pero acogedor, limpio y excelentemente ubicado, con un precio que si mal no recuerdo no superaba los 60 euros por noche. Un par de calles nos separaban de la Gran Vía, así que dejamos los petates y hacía allí nos dirigimos para comenzar a descubrir esta fascinante ciudad.

Cruzamos la Gran Vía mirando para un lado y para el otro, no tanto para que no nos pise un auto sino para observar las cúpulas, ornamentos y estatuas que dominan las alturas de los edificios a un lado y otro de esta famosa arteria madrileña. Luego, bajamos por Calle de la Montera hasta Puerta del Sol, decorada apropiadamente con coloridos artilugios navideños que empezaban a hacernos tomar conciencia de la importancia que las Fiestas tienen en Madrid, en España y como veremos en próximos capítulos, en toda Europa.

Estuvimos merodeando un buen rato por Puerta del Sol, por la calle Preciados, aclimatándonos a la ciudad. Casi por casualidad, nos topamos con algunas placas que conmemoran las batallas contra las tropas napoleónicas y con el monumento de El Oso y el Madroño que en las últimas décadas se ha transformado en foto obligada por haberse convertido en uno de los símbolos la capital hispana.

Por las cercanías de la Plaza, dimos con el paradero de muchos restaurantes de tapas y platos típicamente españoles, entre los que nos pareció apropiado el Museo del Vino para en sus mesas tener lugar nuestro primer almuerzo en el Viejo Mundo, disfrutando de algunos platos que componen sus menús del día, bien acompañados por un Tempranillo de la casa. Entre las opciones de la carta me incliné por una sencilla paella de entrada y un Rodoballo en su salsa como plato principal, un pescado que bien hecho es fantásticamente sabroso. Si andan por aquí, no dejen de pegarse una vuelta y disfrutar de ricos platos con vino y postre incluido por tan solo 13 euros.

Enfrente a este restó, pero en horas de la noche, disfrutaríamos también de nuestra primera cena en otro lindo lugar llamado Fatigas del Querer, donde sirven una tortilla de papas que debería tener su propia estrella Michelin. Aquí probamos unas tapas de morcilla ibérica y unas pequeñas tortillas de camarones que fueron un sueño, acompañado todo por un Ribera del Duero Trus 2021 de Bodegas Trus que honró la velada con su descorche.

Al día siguiente y con un Free Tour guiado recorrimos algunos rincones emblemáticos de Madrid y otros menos conocidos, pero igualmente interesantes. Nos adentramos en las entrañas de la calle Cuchiilleros –donde hay opciones gastronómicas demasiado turísticas para mi gusto- y desembocamos, luego, en la famosa Plaza Mayor. En tiempos navideñas, la Plaza se encuentra con decenas de puestos de venta de las cosas más diversas relacionadas con la Fiesta de la Natividad, puestos que son mucho más vistosos y atractivos en horas de la noche.

Muy cerca de la Plaza Mayor se encuentra la Posada del Peine, fundada en 1610 sobre la antigua calle del Vicario Viejo, hoy rebautizada como Calle del Marqués Viudo de Pontejos. Además de uno poder hospedarse dejando como parte de pago un riñón y un ojo de la cara, en su interior funciona también un taller de relojería. Dicen las lenguas anónimas que la Posada del Peine es el hospedaje en funcionamiento más antiguo de Madrid.

Atravesando nuevamente la Plaza Mayor y alejándonos otra vez de de ella llegamos hasta el muy bello Mercado de San Miguel, con numerosas cosas ricas para comer, pero con precios demasiado enfocados hacia el turista. Es un lugar que hay que visitar, aunque recomiendo hacerlo con las expectativas justas de que lo que uno va a encontrar no es un mercado tradicional, sino uno reformado, aggiornado, con excelentes productos y algo caro en comparación con otros sitios. A pocos metros de aquí se encuentra la Calle del Codo, la más angosta de la ciudad, que une el muy interesante Convento de las Carboneras y la Plaza de la Villa, dos lugares históricos imperdibles.

Luego, remontamos la Calle Mayor hasta su final, para chocar de lleno con la Muralla Árabe y con la Catedral de la Almudena, en una zona que alberga también al Palacio Real. Las murallas son parte de un jardín con miradores que se impone sobre las ruinas de aquellas construcciones hechas por los moros en el Siglo IX. A su lado se levanta la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, así su nombre completo, que comenzó a construirse en 1868, aunque no fue sino hasta el 4 de abril de 1883 cuando el rey Alfonso XII colocó la primera piedra de lo que sería la futura iglesia. El templo pasó a ser catedral en 1885 al mismo tiempo que Madrid fue erigida en diócesis por el Papa León XIII. Ingresar a la catedral tiene un costo de 1 Euro en formato bono contribución. Desde sus puertas no hay que caminar mucho para encontrarse con otro de los edificios que no pueden quedar fuera de la lista de lugares imperdibles: el Palacio Real.

Tres mil cuatrocientas dieciocho habitaciones y más de ciento treinta y cinco mil metros cuadrados conforman el Palacio Real, lo que lo convierte en el palacio más grande de toda la Europa Occidental. Las escalinatas, el Salón del Trono, el Salón de las Columnas, la Real Armería y el Salón Gasparini son sólo algunos de los reductos más imponentes de su interior. La entrada, según el día, puede ser gratuita o costar entre 6 y 12 Euros.

Después de visitar el Palacio Real y mientras una tormenta feroz se desataba sobre Madrid, nos adentramos en El Anciano Rey de los Vinos y nos encontramos con un lugar fascinante, fundado en 1909 y ubicado exactamente frente a la Catedral de la Almudena. Vinos por copa y por botella, etiquetas de distintas regiones españolas, tapas, platos principales y hasta vermouth del grifo… un mundo inmenso puede encontrarse en esta centenaria taberna madrileña. El lugar daba el marco y entonces opté por probar mi primer Tinto de Madrid, Denominación de Origen no tan afamada como Rioja o Ribera del Duero y con mucho menos reconocimiento internacional. Pero les cuento que la Garnacha Centenaria Grego, de Bodegas Jeromin, con la que llenaron mi copa fue sabrosa, jugosa, carnosa y se robó mi corazón.

Con la copa de vino llegaron a la barra un par de tapas y unas aceitunas negras. Luego, una segunda tapa de jamón ibérico puso un grandioso punto final y les aseguro que por momentos pensé que la cercanía de la Catedral me había hecho conocer el cielo. Antes de abandonar el lugar, rendí mis honores a este Anciano Rey de los Vinos, ante quien prometí solemnemente volver a sus mesas algún día.

La lluvia nos hizo reincidir en sentarnos en otro bar en búsqueda de un refugio ante la tormenta y lo hicimos en el Café de los Austrias, digno ambiente de anticuarios y lectores. Una mezcla extraña de chocolate caliente y croquetas de jamón y bacalao fueron nuestra tentación rara pero cumplida, en un contexto engalanado con exquisita música funcional de acompañamiento.

Nuestra última jornada en Madrid empezó en el Barrio Las Letras, llamado así por haber sido la zona de la ciudad dónde vivieron afamados escritores de los últimos siete siglos. Allí, incluso, estaba la imprenta de donde salió la primera edición del Quijote y aún puede visitarse la Casa de Lope de Vega, hoy convertida en un pequeño Museo.

Tras un cafecito, fuimos a saludar a la Fuente de Neptuno, atravesamos el Callejón de los Gatos, entramos a la Iglesia de San Sebastián dónde está enterrado Lope y desembocamos en Puerta del Sol. Compramos algo de comer en El Corte Inglés de Calle Preciados y descansamos un rato.

Al rato, enfilamos hacia La Cibeles, a conocer la fuente donde festejan sus triunfos los hinchas del Real Madrid y el mirador que se encuentra en lo más alto del Palacio homónimo, con perspectivas visuales panorámicas de gran parte de la ciudad.

Descendidos de la terraza del palacio de Cibeles, caminamos hasta la Puerta de Alcalá y descansamos un rato, mates mediante, en el Parque del Buen Retiro antes de ir a conocer la Real Academia Española y el Museo de El Prado. Éste último, cuya entrada sale € 15, es gratis de 18 a 20 hs., así que no hay excusa que impida entrar a ver Las Meninas de Velázquez y otras obras de Goya, Caravaggio o Rubens, entre tantos otros. En el horario gratuito hay cola, pero sepan que avanza rápidamente y en un pestañeo se encontrarán dentro del museo.

Por la noche fuimos nuevamente a la feria navideña de la Plaza Mayor, paseamos por la Calle Cuchilleros y comimos unas tapas en el Mercado de San Miguel. Volviendo al hotel, nos sorprendieron un par de cantantes de flamenco en la puerta de la Chocolatería San Ginés, dónde los que saben dicen que se sirve el mejor chocolate con churros de Madrid. Sin tanta experiencia en el rubro, sólo podemos afirmar que lo probado estuvo a la altura de la fama que lo precede.

Más tarde y con mucho frío, fue momento de pensar en la cena. Como la sangre tana tira y se nos hace difícil que pasen más de cuatro o cinco días sin comer pastas, hicimos una pausa entre tantos manjares ibéricos para sentarnos es uno de los mejores ristorantinos italianos de Madrid: el Fratelli d`Italia ubicado en Chueca, donde disfrutamos de unos Cappellacci de espárragos y marcarpone acompañados de cherry, albahaca y parmesano. La copa también fue itálica con un Pinot Grigio Trentino (DOC) de Bodega Cantina Lavis.

Antes de llegar al punto final de esta crónica, quiero dejarles un par de datos gastronómicos más sobre dos imperdibles cuando estén en Madrid. Por un lado, no dejen de probar los bocadillos de calamares que, literalmente, son rabas entre panes y que quizá sea uno de los platillos más populares de la capital española. En nuestro caso, el más memorable de todos los que degustamos lo encontramos en La Casa de Carmen, un pequeño restaurante cercano al Monasterio de las Descalzas reales, donde pude probar un Verdejo 2021 Conde de Isnar, de la DOC Rueda. Por otra parte, les sugiero que coman todos los turrones de Jijona que puedan encontrar. En este sentido, mi preferido es el que producen en la tradicional turronería Casa MIra, donde podrán encontrar también fantásticos polvorones y mazapanes.

Sobre el hospedaje en Madrid, les cuento que utilizamos dos hoteles distintos, ambos reservados a través de la app Booking. Del primero ya les hablé en el párrafo inicial de esta nota, pero quiero dejarles alguna referencia sobre el segundo de los hoteles, un 3 estrellas llamado Hotel Madrid II Castillas, con un sencillo pero bello lobby, un bar con servicio de vinos por copa -como los hay a lo largo y ancho de toda Europa- y habitaciones amplias y confortables. Entre el Hostal Vázquez de Mella y el Madrid II Castillas hay grandes diferencias en el servicio y en los amenities, pero no así en los precios, ya que en este aspecto y al menos en nuestro caso. ambos fueron similares. La ubicación de los dos hoteles es, asimismo, inmejorable.

Nos fuimos a descansar a sabiendas que al día siguiente nos esperaba un breve viaje en tren para conocer la cercana ciudad de Toledo, que será el destino de nuestro próximo capítulo.

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