Los alrededores de Madrid tienen muchos atractivos entre los que generalmente uno debe elegir ante la imposibilidad de visitarlos todos. Segovia, Chinchón, Aranjuez, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Ávila o Toledo son los destinos más comunes a los que se puede llegar en trenes de relativa cercanía. Nosotros elegimos visitar Toledo.

Pasear a la bella y medieval Toledo es una escapada ineludible si uno pasa por Madrid. El tren que une ambas ciudades en poco más de treinta minutos cuesta unos 14 euros de ida y otro tanto de regreso y sale desde Atocha cada una hora aproximadamente. La estación de ferrocarril de Toledo, ambientada de manera arábiga, se encuentra a varias cuadras del casco histórico, por lo que desde el vamos el verbo caminar estará presente en esta visita donde no debe haber lugar para el cansancio, ya que la geografía del lugar implicará subidas y bajadas como parte de una caminata constante que se extenderá de manera casi completa en toda la jornada.

Al cabo de unas cuantas calles llegamos a las orillas del Río Tajo, el cual hay que cruzar para adentrarse en las entrañas de los tiempos de la histórica Toledo. Ningún puente es más bello y más simbólico para hacerlo que el Puente de Alcántara que, si bien tuvo varias remodelaciones a lo largo de los siglos, su primera construcción data de la época de los romanos, que lo levantaron al mismo momento de fundar la ciudad que ellos bautizaron Toletum.

El trazado de la ciudad supone un complejo laberíntico, con estrechos pasajes, escaleras, descansos y vistas realmente impresionantes. Es fácil perderse, incluso con el mapa turístico o el Google Maps en la mano. Una vez atravesado el Tajo, nuestros pasos nos llevaron en ascenso hasta la Plaza de Zocodover, otrora centro neurálgico de Toledo que hoy sigue siendo uno de los lugares más concurridos para pasear o sentarse a comer algunas tapas. De allí, sin prisa y con pausas, nos dirigimos hacia la famosa Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, edificada en el Siglo XIII e imponente por dónde se la mire. Es aquí donde debo decirles que vale la pena y mucho gastar unos euros en la visita autoguiada –con audios explicativos y sin guía-, fundamental para conocer de una manera más fehaciente este antiguo templo de estilo gótico con perceptible influencia mudéjar. Desde su exterior, la Puerta de los Leones sea quizá el punto más impactante de su fachada. En su interior, todo es imperdible a los ojos.

Saliendo de la Catedral, callecita va, callecita viene, nos topamos con un toledano que nos hablaba de Messi y el Mundial y que se yo cuántas cosas más… Bien, fue él quien nos recomendó almorzar en el cercano Restaurante Tornerías, indicándonos además que no dejáramos de probar el venado, ya que allí lo hacían de la hostia… Excusa perfecta para decretar la hora del almuerzo y hacia allí nos fuimos, a un par de cuadras de la parte trasera de la Catedral.  Apenas llegamos nos dimos cuenta que fuimos al lugar indicado, con mesas colmadas de toledanos y familias locales, los que nos aseguraba no haber caído en un típico lugar para turistas de paso. Además del Venado en Salsa de Higos, pedimos también un Guisado de Alubias y una Sopa Castellana -recuerden ustedes que en España estuvimos en época invernal-. Todo riquísimo, con una atención digna del recuerdo, en la que el mozo nos explicó pacientemente los “secretos” de cada uno de los platillos probados. Pero la mayor novedad fue poder probar mi primer Denominación de Origen Protegida Ribera del Júcar, que en este caso fue un Tempranillo de la Bodega Vega Moragona que realmente estaba diez puntos. Un vino sencillo, de esos en que los resultados siempre superan a las expectativas.

Con la panza llena y el corazón contento retomamos el recorrido por las callejuelas toledanas y pusimos rumbo al Alcázar de la ciudad, un edificio reconstruido después del asedio y destrucción que sufriera durante la Guerra Civil Española cuando los franquistas obligaron a los Republicanos a rendir la fortaleza. La reconstrucción le resta mística al edificio, pero igualmente es interesante visitarlo y conocer el Museo del Ejército que alberga entre sus muros. De allí, atravesamos la ciudad para llegar hasta el Monasterio San Juan de los Reyes, una exquisitez arquitectónica colmada de una silenciosa paz que fue mandado a construir por Isabel “La Católica” como reducto para albergar su tumba y la de su marido, Fernando. El devenir de la Reconquista Española sobre los moros finalmente provocó que sea la Capilla Real de Granada la última morada de los restos de sus Majestades Católicas, pero el Monasterio San Juan de los Reyes, de influencias góticas y flamencas mandado a levantar a fines del Siglo XV quedó para la posteridad como uno de los edificios religiosos más importantes de toda la Península Ibérica. Dentro del Monasterio, el Claustro fue el sector que más impresión nos causó. Está formado por bóvedas de crucería sin clave central y un arco conopial mixtilíneo en la galería del segundo piso. En los arcos de entibo aparecen como decoración figuras en los ángulos, y en los tímpanos de las puertas está representada la Verónica. Pero lo más destacado desde el punto de vista iconográfico es el muro, decorado con cenefas vegetales a modo de alfiz, dejando espacio para pinturas y esculturas. La entrada al lugar cuesta menos de 4 euros.

Muy cerca, saliendo del Monasterio y cruzando en diagonal la calle, se llega a otro de los sitios imperdibles de Toledo: la Judería –barrio de los judíos- y la famosa Sinagoga de Santa María La Blanca, cuyo ticket de entrada cuesta unos 4 euros. Esta Sinagoga, construida en el año 1180, pertenece desde el pogromo de 1391 a la Iglesia Católica, aunque no se celebra misa en ella. Es un edificio de estilo mudéjar, no muy grande pero que es parte ineludible de la historia toledana.

Caminando unas cuantas cuadras, llegamos al templo insignia de la religión musulmana, cuyo nombre modificado en el tiempo es hoy Mezquita del Cristo de la Luz, pero que antes se la conocía como Mezquita Bab al-Mardum. Además de los interiores abovedados de la mezquita hoy convertida en ermita, las vistas que se obtienen desde los jardines sobre la Puerta del Sol son verdaderas postales visuales, sobre todo en horas del atardecer.

Hay mucho por ver en Toledo y mucho por caminar, con cuestas pronunciadas y largas escalinatas. Muchos de los lugares de interés son templos, pero la escenografía urbana regala secretos y misterios por donde uno pase. Cada casa es en sí misma un viaje al pretérito medieval y acompañando esa sensación, en los negocios más tradicionales de la ciudad abundan las famosas espadas toledanas del medioevo, ya que Toledo fue uno de los lugares donde mejor se trabajaba el acero. No sólo hay espadas, sino dagas, lanzas, escudos, mazas y un sinfín de armas características de la Edad Media que, aunque algo incómodo para transportar, cada visitante puede llevarse de recuerdo a su casa.

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