A orillas del Río Tajo se levanta la capital portuguesa, punto de partida de algunos de los exploradores y navegantes más importantes de la historia, que guarda aún esa grandeza en sus calles y veredas, en sus plazas, iglesias y miradores, en sus bacalaos pasteles de Belem, combinándose cada elemento en un todo fascinante que deja boquiabierto hasta al más exigente de los visitantes.

por Diego Horacio Carnio

Dicen que en Europa todo queda cerca. Afirman que las distancias siempre son cortas. Pero debo decirles estimados contertulios virtuales de este viaje, que esas premisas no siempre se cumplen, ya que nuestro primer viaje en bus por tierras europeas empezó con un retraso en la salida de casi una hora y la lluvia y la niebla no fueron especialmente motivadoras para que el conductor gane velocidad en ruta, por lo cual fueron varias las horas en ruta que pasamos entre Madrid y Lisboa, aunque nobleza obliga decir que también fueron gratas. Frenamos en Mérida para almorzar y comimos unos bocadillos de tortilla y de jamón ibérico. También chocolates. Luego, unos kilómetros más adelante, nos detuvimos también en Badajoz y a los pocos kilómetros cruzamos la frontera e ingresamos a Portugal. Pasamos rápidamente por las ciudades de Évora y Setúbal antes de emprender el tramo final del camino que nos llevaría a Lisboa.

La entrada a la ciudad de Lisboa es fantástica… Aparece primero el enorme Cristo Redentor que domina la urbe. Luego, cruzando el río Tajo por el monumental Puente 24 de Abril, las vistas de la capital portuguesa son majestuosas. El micro nos dejó en la Terminal de Oriente y llegamos al hotel en el Metro, no sin pelearnos con las máquinas expendedoras de boletos.

Con el atardecer acechándonos y camino al hotel, las primeras imágenes de Lisboa nos asombraron de muy buena manera. Una vez instalados en el bonito Hotel LX Rossio, ubicado perfectamente en el centro histórico de la ciudad, salimos a cenar al muy recomendado Restaurante A Licorista o Bacalhoeiro, donde unos pasteles de bacalao, una sopa alentejana y una Açorda de gambas nos dieron la bienvenida a la gastronomía lusitana. Entre la nutrida carta de vinos que guardaba exponentes de distintas regiones de Portugal, decidimos iniciar la experiencia en las tierras de Vasco da Gama con un Vinho Verde, característico de la Costa Verde ubicada en la región de Entre Douro y Minho, con una bondadosa acidez que lo hace sumamente deseable y fiel compañero de los platillos que pedimos a la mesa. Finalizada la velada, caminamos un rato bajo la luna lisboeta –no hay error, es así el gentilicio- y nos fuimos a descansar al hotel.

Al día siguiente la jornada empezó temprano. Empezamos a conocer Lisboa en el céntrico barrio de Rossio, de la mano de la histriónica guía Mariana con un Free Tour de Civitatis, una app sumamente útil a la hora de viajar. Primero visitamos la Praça de Los Restauradores, con su Obelisco dedicado a la recuperación de la independencia lusitana. Seguimos hasta las puertas del Teatro Nacional y luego a la arquitectónicamente vistosa Estación Central de Trenes. Ascendimos caminando varias cuadras para arribar al semiderruido Convento do Carmo, cuyos techos son inexistentes y cuyos muros parecen invencibles, huellas que sobre este templo dejó el terrible terremoto que azotó a la ciudad en 1755. Este Convento fue un escenario importante durante los acontecimientos de la Revolución de los Claveles, cuando fue rodeado por rebeldes que estaban en contra del régimen del Estado Novo. La dictadura de Marcelo Caetano y algunas de las fuerzas que aún le eran leales, se atrincheraron en el templo y finalmente se rindieron ante el futuro presidente democrático António de Spínola. El antiguo convento fue reutilizado a partir de entonces como la sede de la Guardia Republicana, quedando la parte sin techo como uno de los museos y lugares más interesantes para conocer en Lisboa. Si este hecho histórico despierta tu interés te recomiendo la película “Capitanes de Abril”, de la cineasta lusitana María de Medeiros.

En la hermosa plaza llamada Largo do Carmo que se encuentra pegada al templo, uno no sólo puede tomar un respiro al borde de la fuente sino que, además, en sus bares y cafeterías circundantes se pueden encontrar delicias típicas como las pasteis de nata, los pasteis de Belem ouna copita de ginjinha, o simplemente ginja, un licor de maceración de guindas muy popular en las tierras sureñas portuguesas.

Muy cerquita del Convento pudimos apreciar la vista desde lo alto del Elevador de Santa Justa, aunque la verdad que después nos daríamos cuenta de que las hay mejores panorámicas en Lisboa. Este elevador callejero es una de las postales más conocidas de la ciudad. Une los barrios de la Baixa Pombalina y el Chiado y fue construido entre los años 1900 y 1902. Existen otros elevadores similares en Lisboa, pero éste es el más famoso e importante. El ascenso y descenso con acceso al mirador cuesta unos 5 Euros y consume mucho tiempo de espera en las largas filas que se forman, lo cual puede evitarse siguiendo el camino a pie que describimos en párrafos anteriores ya que, en realidad, lo imperdible es la vista desde la cumbre más que el acceso por el elevador.

Luego, el camino nos llevó a la Rúa Augusta, principal avenida de la ciudad, pasando por debajo del enorme Arco y bajando hasta la Praça de Comercio y las aguas del Río Tajo. Confirmamos que la capital portuguesa es una ciudad alucinante.

Descansamos un rato y partimos nuevamente a descubrir más rincones de esta bonita urbe. Le tocó ahora a los Miradores de Santa Lucia, de San Estaban, de Graça y de Nuestra Señora del Monte, siendo estos dos últimos los mejores, con unas vistas espectaculares de Lisboa. En el camino conocimos la Catedral, llamada también Sé de Lisboa, cuya construcción data del año 1148 y reconstruida parcialmente luego del terremoto de 1755. Son muchas y bellas las iglesias que aparecen en la escenografía urbana a lo largo de cualquier caminata, sólo hay que detenerse, ingresar y apreciarlas en todo su esplendor. Toda la zona de Alfama, con gran influencia árabe, es un laberinto que no debe dejarse de recorrer en algún momento durante los días que dure la visita a la ciudad.

Mirar para abajo en Lisboa es casi una obligación. ¿Cuál es la razón? Es simple… sus veredas conservan el histórico diseño llamada calçada portuguesa, diseñada a partir de diferentes motivos con piedras calizas y basalto por los Calceteiros, verdaderos artesanos de esta técnica tan popular en todos los países de habla portuguesa –basta con recordar las aceras de Río de Janeiro como ejemplo- que hasta cuenta con una Escuela Municipal para conservar intacto el talento del oficio.

Durante nuestra estadía en Lisboa nos ha tocado en suerte pasar aquí la Nochebuena, razón por la cual un borrador de estas líneas se escribe en el Restaurante Prova e Fica, dónde ordenamos Spaghetti con Frutos de Mar y papa Bacalao en Nata, bien acompañado por un Planalto Reserva 2020 Denominaçao de Origem Controlada Douro de Bodega Casa Ferreirinha. La región del Valle del Douro, ubicada en las afueras de Oporto, es una de las zonas vitivinícolas más prestigiosas de Portugal y cuenta con viñedos aterrazados distribuidos en las laderas de los montes que brinda la topografía de ese rincón del mapa de la Península Ibérica.

Un atractivo muy llamativo de Lisboa son sus tranvías. Es imposible no toparse con varis de ellos con el sólo hecho de salir a caminar un rato, pero si de pasear a bordo de alguno se tratase, el más emblemático de todos es el Tranvía 12, que recorre en forma elíptica el centro histórico de la ciudad y sus colinas orientales. La Praça da Figueira es donde este tranvía inicia su recorrido, en un periplo que cruza Martim Moniz, atraviesa Socorro y sube hasta el mirador de Portas do Sol, para luego bajar en dirección al mirador de Santa Luzia, bordear la Catedral y regresar finalmente a su Praça da Figueira. Una última cuestión a tener en cuenta en Lisboa es el Fado, la expresión musical portuguesa más reconocida mundialmente. Melancolía, desamores y nostalgias son generalmente sus temáticas más presentes, que los estudiosos de este ritmo vinculan con las canciones de los marineros y las soledades de altamar durante los largos viajes en barco por los océanos del mundo. Escuchar un buen Fado en algunos de los viejos restaurantes de barrios como Alfama o Lapa es una experiencia sensorial digna de ser vivida… El Fado es algo así como el alma de Lisboa y Lisboa es algo así como la novia del mar que va y que viene pero que nunca se detiene en su vaivén espumoso.

Próximo capítulo: Estoril, Cascais y más allá la inmensidad

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