Un tómbolo une a Cádiz con la península Ibérica, sino esta hermosísima y pequeña ciudad andaluza sería en realidad una isla emergida en las aguas del Atlántico, muy cerquita de donde comienza el Estrecho de Gibraltar. Mucho hay para ver y hacer en Cádiz, ¿Vamos?…

Instalados cómodamente en Sevilla, dispusimos una jornada para ir a conocer Cádiz y para ello abordamos el ferrocarril que conecta ambas ciudades y que pasa por la también bella Jerez de la Frontera. En menos de dos horas, estábamos mirando el océano desde los terraplenes del malecón costero de Cádiz.

Desde la Terminal de Ferrocarril de Cádiz emprendimos la travesía de recorrer la ciudad, teniendo como primer objetivo llegar a la Catedral de Cádiz, llamada Santa Cruz sobre el Mar o Santa Cruz sobre las Aguas. La nomenclatura no es en vano, ya que las espaldas del templo se erigen literalmente hacia el mar. Esta iglesia no fue la primera, ya que hasta fines del Siglo XVI el templo catedralicio de Cádiz era una gótica construcción mandada a levantar por Alfonso X El Sabio, que pereció ante las llamas ocasionadas por las tropas angloholandesas que atacaron la ciudad en 1596.

Café de por medio, ya a media mañana el sol empezaba a generar un calorcito que nos vino muy bien y le sentó de muy buena manera a esta hermosa ciudad de la costa atlántica española que allá por 1717 vivió un vistoso resurgimiento cuando la Casa de Contratación se trasladó de Sevilla a Cádiz y que, entre muchas otras acciones, favoreció la reconstrucción de la Catedral, dando origen al edificio que actualmente existe, inaugurado tras 116 años de trabajo.  Sus fachadas de mármol y piedra caliza combinan formas cóncavas y convexas, con tres pórticos en su cara principal. No nos hubiésemos perdido por nada del mundo la visita al interior de este magnífico templo, accesible por la módica suma de 7 euros que permite también ascender a la Torre del Reloj, desde donde se aprecian vistas panorámicas exquisitas de la ciudad y el mar. En el interior, no hay que dejar de observar el coro y la sillería, así como la cripta abovedada que esconde en sus entrañas las tumbas del compositor don Manuel de Falla (1876-1946) y del poeta y ensayista don José María Pemán (1898-1981).

Más pequeña y menos ajetreada que su vecina Sevilla, caminar por Cádiz es un placer. Desde la Catedral, transitamos lentamente disfrutando cada calle y cada rincón hasta llegar a la famosa Torre Tavira, más conocida como Cámara Oscura. La entrada nos pareció algo cara, sobre todo porque más allá de su historia lo más destacado son las vistas de la ciudad, ya disfrutadas desde la Torre del Reloj de la Catedral.

Luego de acodarnos en la mesa de un típico cafecito andaluz, nos fuimos hasta el Consulado Argentino en Cádiz, que se encuentra en la misma casona que Bernardino Rivadavia supo habitar cuando vivió en estas latitudes. 

La travesía continúo por dos lugares que nos parecieron preciosísimos: la Plaza de las Flores y el Mercado del Abasto. La paz de la primera contrasta con el devenir constante del mercado, pero ambos espacios regalan a la memoria recuerdos imborrables. No hay que perderse la posibilidad de probar todo lo que pueda probarse en el mercado, empezando por las gigantescas aceitunas rellanas y siguiendo por los boquerones y las distintas tapas que uno va encontrando en cada puesto y que puede acompañar con deliciosos vinos por copa -o por vaso mejor dicho- y probar exquisitos licores y sidras.

Con la panza llena, llegamos hasta el Monumento a la Constitución de 1812, texto de carácter liberal promulgado el día de San José de ese mismo año, por lo cual a esta Constitución se la conoce como «La Pepa» y de allí la famosa alusión de «Viva La Pepa» tan comunmente usada en los países de hispana y que, oportunamente, forma parte del título de esta humilde crónica de viaje.

Muy cerquita de allí, nos apersonamos en el Baluarte de San Carlos, sector amurallado de la ciudad donde aún se encuentran emplazados numerosos cañones que apuntan al mar. Caminar sobre las murallas, con la vista perdida en los horizontes oceánicos, es una grata experiencia que permite observar tanto a Cádiz como al mar desde otra perspectiva.

Ya retornando hacia la estación para abordar el tren que nos llevaría a Sevilla, pudimos conocer lqa bonita Plaza de la Candelaria, ideal para recargar energías luego de una ardua caminata. Las Bévedas de Santa Elena y el Museo del Títere son otros dos sitios dignos de visitar si el reloj lo permite. Ya en la estración, aguardando el tren y escribiendo estas líneas, me regocije de haber decidido venir a conocer Cádiz, una ciudad tranquila y encantadora, colmada de historias y con las aceitunas más enormes del mundo.